El fin de la historia



A mediados de 1945 había transcurrido el peor conflicto que había sufrido la humanidad en su historia. Pero aún faltaba lo peor: un arma tan letal que terminaría con todos los conflictos por simple disuasión.
Dos enormes bloques desplegaron armas y recursos industriales y humanos hasta extenuar sus propios recursos en una carrera destructiva infernal que llevó a más de 50 millones de muertos. El desenlace del hongo atómico fue tan brutal como contundente y dibujó el mundo tal y como lo conocimos los que nacimos a mediados del siglo XX. Un mundo dividido en dos bloques:  buenos y malos. Un mundo de muros infranqueables, de barreras nacionales desdibujadas por enormes imperios que gracias a su poder industrial y tecnológico, a Este y Oeste del mundo, lograron imponer sus criterios y sus valores más esenciales. Surge un consumismo desenfrenado que arrasó con todo lo que conocíamos hasta entonces, incluso con la ideología contraria, que sucumbió al deseo de acumulación y progreso individual. Recursos naturales, océanos, selvas, bosques fueron arrasados por multinacionales ávidas de generar rentabilidad. Millones de personas quedaron  a merced de unos contables que gerencian las finanzas de gobiernos, políticos, bloques y regiones con el único fin de que sus empresas sean países más poderosos que cualquier país.
Luego de la devastadora crisis del 2007, los recursos del capitalismo financiero están agotados Dos idiotas con armas aún mucho más letales que las usados en la segunda guerra mundial, se tratan de “Viejo Chocho” y “ Rocket Man”. Imbéciles votantes validan preceptos tan inaplicables como impedir la inmigración mejicana con un muro, revivir el viejo imperio británico o declarar una independencia en el seno de una comunidad de países que trabajan juntos. Populistas y demagogos defienden cosas que a la gente le hacen sentir poder y fortaleza. Con los brazos en alto y enarbolando emotivos himnos, las masas enardecidas salen a defender la grandeza y el brillo de los pueblos puros, en vías de extinción. Mientras tanto, se dispara la desigualdad, el océano es prácticamente insalvable, hordas de refugiados atiborran los alambres de púa. Científicos advierten sobre la inminencia del fin. Todo puede esperar, menos las ambiciones de políticos corruptos y las promesas de demagogos de manual.
Nunca la tecnología había permitido tanto al ciudadano común. Mujeres, niños y ancianos son defendidos como nunca de la barbarie machista y capitalista. Hay producción de recursos, ahorro energético y oportunidades de reemplazo de materias primas nocivas y no renovables. Estamos conectados por transportes veloces y líneas de comunicación que permiten contacto inmediato en cualquier parte y gratis. Los bienes de consumo y los commodities son más baratos que nunca.

A los que soñamos, nos espera un futuro de micro aldeas de madera conectadas con autos voladores. Querríamos enfocar una tarea común de recuperación de ríos y bosques, un proyecto de integración y respeto de la biodiversidad y de la multiculturalidad. Podríamos desarrollar nuevas escuelas, nuevos sistemas de salud, una nueva alimentación basada en el conocimiento más profundo de la vida y sus posibilidades que hemos acuñado con muchos errores. Lo podríamos lograr muy pronto, si no fuera por este ansia eterna de consumo y acumulación. Si no existiera  este narcisismo por ser  el centro del universo. Si no fuera por esta tendencia maniquea a ver las cosas de un lado o del otro. Lo que resulte después de esta catástrofe, al igual que en esos últimos días de aquella terrible segunda guerra mundial, depende de nosotros.  

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