La línea de sombra

Navegamos en círculos de violencia interior en una situación compleja de la que participamos todos. Este es el mundo violento de King Jong-un y del racismo supremacista Trump en Charlottesville, este es el espacio de los atentados yihadistas.

En “La línea de sombra” un relato de iniciación de Josep Conrad,  un joven capitán pretende llegar a buen puerto con la tripulación enferma, mientras el primer oficial delira en su camarote. El capitán está solo. Se le presentan infinidad de obstáculos: la maldad banal, una burocracia implacable, la falta de viento. Pero el peor desafío del capitán  es la amenaza de locura que cae sobre su consciencia y la de su tripulación como una condena. La situación del capitán enfrentando su miedo, ese desequilibrio interno, esa angustia existencial es la marca de nuestro tiempo.

La violencia desatada no puede leerse como el resultado de un choque de civilizaciones o de razas, no puede decodificarse en el plano geopolítico o en el medieval de la guerra religiosa. La violencia es un síntoma de  alienación, de una psicología social arraigada en un terror al vacío. El post capitalismo consumista propone actividades permanentes y una conexión ininterrumpida, sin darnos lugar a la contemplación y el reconocimiento del otro como espejo. Los vacíos existenciales se llenan con conexión a pantallas,  ocio intenso y consumo masivo hasta la saciedad, sin respeto por el entorno, en competencia con nuestros semejantes. La paradoja existencial a la que somete esta depredación desenfrenada y hedonista afecta el delicado equilibrio interior de personas que pierden su relación con una identidad, con sus orígenes profundos y sus tradiciones ancestrales. Se pierde el gozo y el sentido de la vida. Esa negación interior impuesta por la sobre estimulación y la tendencia a la uniformidad, es el germen de una violencia letal. Cuando el que aspira a entrar en el modelo consumista siente un rechazo profundo y no manifiesto de su entorno que le impide acceder a lo más esencial se desencadena el discurso alienante y supremacista. Un vehículo, algunos cuchillos, una pistola y la simple voluntad de hacer el mayor mal posible son suficientes para que la onda expansiva no se detenga.

En la dinámica del odio de un grupo de jóvenes hay algo que ha salido del control de los padres, de los vecinos, de la institución educativa, de los ámbitos de socialización y trabajo habituales, de la política como pacto y del contrato de convivencia entre las personas. Un acto asesino o racista que se lee como acto político se convierte en un combustible que incendia el planeta. Es el síntoma de una exclusión más que la afirmación de una identidad o la emisión de un mensaje. La violencia no es reflejo de un mundo en descomposición sino que es al revés: descompone el mundo desde la descomposición interior.


Caminar por la rambla de Barcelona en pleno agosto y ser arrollado por unos adolescentes, abrir fuego contra un hombre negro en Charlottesville, amenazar con un Holocausto Nuclear es navegar en el borde de la alienación. Igual que para el joven capitán de Conrad, el  desafío es encontrar el equilibrio, la salud y la fortaleza para llegar a buen puerto con nuestra tripulación enferma. 







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