El desenlace del día D


Miles de jóvenes se lanzaron al mar, en busca de la libertad perdida. Recibieron a cambio plomo y metralla, recibieron esquirlas y piedras en el cuerpo, perecieron ahogados o sufrieron lo indecible para llegar a la cima de una colina. Todos los nidos de ametralladora fueron extirpados. Pero el costo fue altísimo. Solo el primer día 4.000 soldados habían perdido la vida, un campo minado lleno de cadáveres. Desde ese día tengo mis maletas listas. Por si acaso hoy empieza otra Intifada, otro Progrom o algún loco asesino se hace con las riendas de la consciencia. Hay de nuevo elecciones.  La gente común, la gente desposeída, puede votar a algún adefesio que prometa oro a costa de expulsar a los indeseables. Por eso estoy siempre listo para huir.

El día D no parece haber terminado, por eso tengo cinco maletas en mi estudio. En ellas traje mis libros, que ordeno con esmero cada vez que llego a un sitio nuevo. Los escojo y los ordeno por autor, tamanio, color, fecha de edición y sobre todo por temas. Un anaquel para los desposeídos latinoamericanos. Otro para los soberbios norteamericanos como Hemingway, otro para los surenios deshauciados como Faulkner o Carson Mc Cullers. En alguno anidan mis amigos más íntimos, los poetas perdidos, los novelistas inéditos. En otro los clásicos rusos y los existencialistas franceses. Colecciono libros, otros coleccionan imágenes. Stevens, el cineasta de Normandía  guardó miles de metros de celuloide para mostrarle al mundo el espanto infinito de Dachau. Los caídos en las fosas, los cadáveres mutilados, los cuerpos escuálidos que hicieron despertar su propio Nazi. Cuanto horror puede haber en un mundo sacrificado por cualquier causa, por buena que sea.

Tengo mis maletas a punto, por si acaso. No huiré con mucha ropa. Tampoco tomaré un avión, los aeropuertos son lugares de paso, en los que se supone nos vigilan y nos castigan si hacemos las cosas mal. La próxima vez que vea una catástrofe venir, utilizaré estas cinco maletas para poner mis libros a salvo. Me iré a caminar junto a las ruinas, abrazaré el sonido del mar o el de Rigoletto y me sacudiré la arena de los pies cuando deje la playa. Subiré una colina como si fuese un soldado el día D. Bajaré por el otro lado observando el valle. Y tomaré un camino rumbo al Sur o al Norte. Tal vez toda mi generación esté sacrificada en ese momento. Tal vez toda la humanidad haya sucumbido en el plástico podrido del océano. Tal vez una enorme bandera, luminosa, esperanzada, se haya adueniado de las consciencias, confundiéndolas una vez más, haciendo sentir la belleza donde solo hay dolor, resentimiento, amargura.

El desembarco extirpó a los enemigos de sus cuevas, pero el costo parece haber sido demasiado alto. Han muerto demasiados en el intento, no he podido sobreponerme a las heridas de guerra. Ni un solo rasgunio en el cuerpo, el alma atormentada por el exterminio masivo. Hoy leí que un multi millonario ganó muchísimo más que ayer sin hacer nada. Hoy leí que un grupo de refugiados acampa en una plaza porque no hay quien lo reciba en los 90.000 pisos vacíos, sujetos de especulación y decadencia, de la vecindad.
Mis maletas están apiladas. Elijo que libros voy a salvar del desastre mientras espero el desenlace del día D. 


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