Espacios de Resistencia

Un sábado de primavera paseo con mis hijos por una plaza en la que un grupo de artesanos les venden su trabajo a transeúntes que disfrutan de la bondad de un día soleado. El sábado siguiente recorro una fábrica textil de Barcelona, propiedad de una familia adinerada de la burguesía catalana, que no existe más. En el corazón de Sant Adriá de Besós, alma del desarrollo industrial de Barcelona de principios de siglo, esta fábrica textil es una ruina. Una muestra de trabajos de auto edición aprovecha la escenografía espectacular de la fábrica abandonada. Colectivos anarquistas invocan la razón detrás de la razón, colectivos feministas y gays se auto representan, autores de comics y de fancines cuentan sus historias absurdas con desparpajo y colores contrastantes. Nace un nuevo lenguaje, una nueva vida donde ya no hay vida. En esa fábrica textil ya no se produce lo que ahora se hace en China. El espacio despojado goza de una vitalidad inentendible en medio de los ladrillos y las telas desaparecidas, los obreros muertos y los patrones jubilados.





Los ninios revolotean alrededor de una banda de Jazz que interpreta a Ella Fitzgerald. Que hayan existido Ella Fitzgerald y Aretha Franklin ya habla bien de este mundo. Que se reproduzcan en una plaza de una ciudad pequenia habla de la capacidad que tenemos para sobrevivir a lo mejor y a lo peor. En estos espacios se identifica el ser con el hacer y la capacidad infinita del ser humano para inventar una realidad paralela, oblicua y diagonal, la capacidad de codificar y crecer desde la ruina más absoluta

Me encuentro con el espejo de esa esperanza. El espejo del desastre individual y colectivo. Arterias destrozadas por arreglos interminables. Autopistas que no llevan a ningún sitio, plagadas de peajes absurdos. Mafias corporativas de compañías de luz, teléfono y gas complotadas para hacer del usuario un basurero que deposite en sus arcas el fruto de la usura y el abuso indiscriminado. Bancos que no escarmientan, siendo inviables hasta el hartazgo, siguen comprando voluntades. Los políticos corruptos se guardan vueltos y se quedan sentados porque no les pasa nada. Los gobiernos son rehenes de las mafias. Personajes incultos toman decisiones peligrosas. Mafias de medicinas y alimentos intoxican y matan poblaciones enteras. Salvajes policías desalojan gente de sus hogares por un puniado de leyes decrépitas. Cantos de sirena nacionalistas se regodean en la identidad como fuente de todas las bondades. Como si algo se resolviera con una bandera ondeando en el horizonte, con un muro que deje afuera a los diferentes, con una consigna xenófoba y victimista para alejar un enemigo que está en el fondo del alma.

Se descubren veinte planetas parecidos a la tierra en los que las posibilidades de vida son infinitas. El espejo lacaniano nos devuelve en la soledad de la descomposición social absoluta una imagen desarticulada: adicciones, consumismo y desastre ecológico.

La esperanza se afinca en las plazas llenas de artesanos y en las fábricas abandonadas plagadas de artistas. La consigna es resistir a través del arte, la creatividad y la autogestión hasta que descubramos como llegar y lograr  vivir en veinte planetas al mismo tiempo. 


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