Desamparo



Tal cual Sísifo, Meursault ve pasar sus días uno tras otro sin que nada cambie. Pero los acepta, los confirma y de esta manera le da sentido a una vida que se torna sin esperanzas y bajo la cual no hay nada que esperar, nada que el futuro depare, pero que sin embargo, es aceptada hasta sus últimas consecuencias”.

Soy Meursault, soy Sísifo intentando arrastrar una piedra a través de la muralla, sobre ella, en su ladera.

He decidido. Soy parte de una especie que como expresa Yuval Noah Arari en Sapiens, ganó en capacidad de preservación y perdió la alegría de vivir y la equidad social cuando se convirtió en agraria y dejó de ser cazadora recolectora.
En este asentamiento en el cual hace unos miles de anios unos parásitos, primero los nobles y el clero, luego los burgueses que crecieron a su amparo, se adueniaron de los excedentes del fruto de la producción agraria para someter a los campesinos, me he asentado. Soy un paria, un sin fronteras, un nómade inmerso en el sin sentido de su propia existencia y de la existencia de los demás.
Tal y como seniala Sartre, el sinsentido de la existencia por encima de la esencia implica una responsabilidad. El Dasein, el ser Heideggeriano no es una entidad inmutable que perdura y se multiplica a través de la mentira colectiva. Tampoco existe Dios, al que ha matado Nietzsche y la razón.
Estoy solo,  intentando formular una experiencia en la cual no existen los puntos de referencia objetivos, ni las consoladoras premisas de la fe, ni los confortables lugares comunes de un burgués acomodado.
He llegado a este punto gracias y a pesar de mi condición. Y si he logrado escribir, compartir y establecer un lenguaje que me acerca a los seres que me rodean es porque en medio del sinsentido he elaborado el sentido, compartiendo con Sartre la noción de responsabilidad que nos queda después de arrastrarnos a través de la angustia de una condición existencial incierta.
El terror nos invade. Vivimos en una comunidad fragmentada por la diversidad, alienada por drogas consumistas y mentiras que se han establecido como verdades inmutables. Creemos que hay  un orden económico natural de las cosas. Que existe una jerarquía asentada en las categorías medievales. El artesano, el noble, el burgués, el campesino y el cura ocupan su lugar en el ágora, se respetan y se reverencian, cada uno en su puesto y sin cuestionar su razón de ser. Hay un ser superior que orienta esta cadena incuestionable. Pero ese orden natural ha estallado por los aires. Ahora nos toca sobrevivir en la jungla atroz del sinsentido. Podemos hacer lo que nos plazca. Se producen prendas en lugares remotos, con esclavos que nos permiten abrigarnos del frío y lucir colores tenidos con excedentes que van a parar a un solo bolsillo. Se matan animales y se reproducen artificialmente cultivos para que podamos adquirirlos a la vuelta de casa, sin pensar en sus componentes químicos artificiales para que el traslado sea más fácil, sin pensar en la manipulación genética a la que ha sido sometido todo, empezando y  terminando por  nuestro propio cuerpo.
Volviendo a Meursault, el personaje de El Extranjero de Albert Camus, que vive y mata con indiferencia, a quien no le importa ni casarse ni que su madre muera o viva, en realidad soy igual a él. Soy un individuo que sabe que no importa que haya un cajero donde vive un desahuciado a la vuelta de casa.  Paso al lado de un cartel desesperado en una feria de atracciones y prefiero gastarme la moneda en una atracción y no depositarla en la caja de cartón. Dada día veo morir a alguien como yo en Alepo. En esa ciudad todavía existe gente que lleva mi apellido que muere bajo las bombas, cada hora, cada minuto mientras pienso o hablo o me callo.
La indiferencia más absoluta, el abismo del silencio y de la palabra me llevan a a este desequilibrio, a esta formulación absurda en la cual intento navegar sin éxito.  Mi fracaso individual que es la contracara del éxito de una especie. Hemos quedado vivos a costa de los que se han sacrificado. Estamos aquí gracias y a pesar de las miles de especies y de seres humanos que han desaparecido o están desapareciendo. Convivimos con el fondo de los mares lleno de basura. Respiramos la mierda que se impregna entre las partículas de oxígeno y nos calienta hasta no dejarnos respirar. En nuestra angustia, dejamos afuera a los que senialamos como distintos o como débiles. Esperamos su muerte, su exilio, su desaparición de nuestro entorno. Intentamos ahuyentar nuestra propia desazón y sinrazón llenándonos la boca y el estómago de placer. No nos importa nada más el confort y el prestigio social de un núcleo al que queremos pertenecer.
Este soy yo, Meursault, porque tal y como expresa Sartre, si Meursault hace algo, es Sísifo, soy yo, es todos los hombres. Meursault es un burgués francés acomodado, un funcionario con el futuro asegurado y a quien nadie jamás le cuestionó su origen, su nacionalidad, su identidad. Pero soy un extranjero, un desclasado, un paria, un deshauciado, igual que él. No importa de donde venga ni hacia donde vaya, soy Lepret.
Lepret fue un luchador por la libertad de conciencia. En el viejo hospital de Santa Caterina, en Girona, vio morir gente afectada por las pestes.  . Por obstinación y por descaro la gente moría de infecciones que tenían cura, que se podían evitar gracias a la luz de la razón, de la experimentación y de la ciencia. El antiguo monje deforme, tal vez proviene de algún rincón olvidado del país cátaro, quizás con algún ancestro judío o converso fanático perteneciente a una secta de cruzados.  
Lepret está en esta habitación para senialarnos lo diferentes que somos, todos, a él. Me identifico con él, quiero cobijarlo y abrigarlo con las prendas que fabrican las grandes cadenas y que valen tan poco. Quiero alimentarlo con algo envasado al vacío y triturado hasta perder su esencia. Pero no puedo. Porque en el fondo lo temo. Prefiero no mirar, prefiero pasar de largo hacia el parque de atracciones y y reirme como un payaso aterrorizado, como los idiotas de la antigua Gracia, despojados de sus derechos de ciudadanos, como los imbéciles que recogían la mierda en el circo. Prefiero que Lepret  no esté en mi vida. Es mejor asumir que estamos unidos por algo más atroz aún que el espanto.
Cuando la maravillosa cadena de ADN nos llevó al paraíso de la supervivencia y se nos señaló, a los Sapiens, como expresa Yuval Noah Arari como especie dominante, tuvimos un destino que es un legado extraordinario y a la vez una condena: No hemos podido expresar el sentido final. Solo hemos sobrevivido a costa de una infelicidad perenne, una responsabilidad que acarreamos no se sabe para que, como piensa Sartre .
Ese extranjero nos habita y nos hace vulnerables, humanos, maltratados, olvidados y olvidables. Estamos  hablando de nuestra propia existencia. Que es la existencia de Sisifo, de Maursault, de Rousseu, de Spinoza, de Hobbes de Adam Smith, de Locke, de Heidegger, de Camus, de Sartre.  Todos los personajes, reales o imaginarios,  creen la mentira y que siguen adelante. Como Sísifo, arrastran una piedra que vuelve a caer.  El absurdo sentido de responsabilidad no conoce fronteras ni naciones, solo conoce desamparo, miedo e incertidumbre.  Y se enfrenta a la inevitable verdad y la mentira que plantean la vida y la muerte.
Hablamos de la libertad de conciencia como si fuera un invento inalienable, como si nosotros, los iluminados, la practicáramos cada día. Pero del contrato social,  de esa  mentira piadosa plasmada en la Declaración de los Derechos el hombre de la Revolución Francesa, con base en el Contrato social de Rousseau y expresada en la constitución norteamericana ha sido burlada y se ha pisoteado cada premisa. Hemos creído obedientemente, como en Babilonia,  que el  nuevo orden liberal, nos protegería de las amenazas, que esas mentiras son verdades escritas en piedra, pero ahora todo ha estallado por los aires.

 La conciencia de nuestro propio desamparo, inaugurada por el pensamiento despojado de categorías salvadoras, incluso de la dialéctica de la historia y de las premisas estructurales y funcionales, es ahora más descarnado que nunca. La revolución digital y la multiplicación al infinito del deshecho material y humano,  la exclusión absoluta y la marginalización en función de un progreso económico interminable que se ha concentrado en una elite, como expresa Sygmunt Baumann, nos ha llevado a una encrucijada el que solo caben dos caminos: olvidarnos definitivamente del sentido como hace Maursault, el Extranjero, o  asumir una responsabilidad por nuestro legado como especie. Si la opción es la primera, no hace falta más diálogo. Caeremos lentamente en el olvido y la desesperación. Si la opción es la segunda, podemos seguir a Lepret y a Sartre, podemos pensar un nuevo contrato social, una nueva mentira tan importante como la libertad de conciencia. Pero esta vez podrá ser una mentira  con conciencia de sí misma. Un contrato nuevo, que nos permita superar la angustia de manera comunitaria, siguiendo a Spinoza y con responsabilidad desde la conciencia, como expresa Sartre. Para eso parece inevitable partir de una noción de desamparo vulnerable. Quizás desde la angustia absoluta podamos empezar a crear una mentira que nos lleve a un sitio mejor, sin esperanza. Con responsabilidad. Con confianza en nuestra propia capacidad para incorporar, aceptar y sobreponernos al desamparo.

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