Halac está vivo




Halac cuenta los minutos hasta que caiga el próximo misil ruso.

La familia de Alepo es grande. Taruk el tendero. Alef el peluquero., Muhamed, el soldado. Moisés, el cirujano. En todas las  ramas hay algún muerto, algún desaparecido, algún herido. Y hay muchos que no se sabe si están vivos o muertos debajo de los escombros. Ayer bombardearon un hospital y se llevaron al otro lado a Frauka y su hijo recién nacido.
Alepo es cada vez más complicado. No hay perspectivas de que se termine. Por tierra los del Isis, por aire los aviones rusos. Cada misil arrasa un barrio. Son 200 bombardeos por día. No hay alimentos, no hay para beber, no hay medicinas.
Parte de la familia logró escapar a Alemania. Uno se casó con una alemana en Berlin y tiene un pasaporte europeo que le da inmunidad. El resto se jode, como él. Los húngaros no quieren saber nada. El invierno pasado cavaron un foso con agua podrida en medio del frío y del barro, plantaron un alambrado y después de los llevaron a otro sitio. Al resto de los europeos les da igua. Dicen que violan a sus mujeres, que les quitan los puestos de trabajo, que generan una raza fea y deforme.  Es mejor que esa gente no entre, dicen, que se queden en sus países.
Halac se hizo casco blanco. Se desplaza a los lugares donde los edificios se derrumban como cajas de cartón. El mármol y el cemento aplastan la cabeza de niños, ancianos, adolescentes, madres. Halac lleva a la gente a hospitales que después también son bombardeados.
Halac no ha cruzado ninguna frontera. Sabe que tiene familia en Argentina. En Córdoba están tío Quito, la abuela Zara, el primo Levi. El presidente argentino, que dice ser tan europeo como el que más, ha abierto un cupo para que los sirios se asienten en Argentina. Pero como va a llegar Halac a Argentina si ni siquiera se puede atravesar la frontera turca. Los alemanes les han ofrecido a los turcos mucho dinero para que nadie pase del otro lado. Halac ha ido alguna vez a Estambul, a entrenarse con voluntarios como él. Se preparó para escuchar alaridos de niños enterrados. Para salvar un anciano sin un brazo, para escuchar durante horas a alguien que al final no logra la bocanada de aire que necesita para sobrevivir.
Halac se pregunta: ¿Quién fabrica estas bombas? ¿Quién pone gasolina en esos camiones que dispran? ¿Quién da la orden de arrojar un misil y arrasar un barrio? ¿Quién impide que entren los alimentos y las medicinas?  
            Halac ve el humo de un misil que ha hecho caer veinte edificios en un barrio del centro de Alepo. Mientras corre al camión y se pone el casco en medio de los gritos encuentra algo que lo mueve hacia el lugar del desastre: la esperanza. 

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