El antihéroe de la cabeza sudada
En su última
mañana Ramón, el antihéroe de la cabeza sudada, salió a la calle principal con un
altavoz.
Ramòn vivìa aislado, en una pequeña casa al fondo del
pueblo. Debido al sudor que día y noche caía por su cabeza y su olor revulsivo,
nadie se le acercaba. No se le conocían amigos, amantes, parientes. Nunca se lo vio con una mujer. Solo
un perro sarnoso y un gato negro habitaban el patio de la casa que ocupaba
ilegalmente..
Había habido
tantas muertes en Aute, el pueblo de Ramón, que el cementerio se quedaba pequeño.
La calle principal establecía una línea que dividía el pueblo en dos mitades iguales. Los
vecinos de ambos bandos no la atravesaban jamás.
A la vieja
disputa de los años treinta, entre republicanos y fascistas, en los años 60 se
le agregó la tragedia de Elena y Troyo. La pareja se había suicidado porque su
amor era i posible. No hubo forma de que las dos familias enfrentadas del pueblo
aceptaran esta unión. En los 80, a esta herida se sumó la llegada de narcotraficantes.
Los niveles de violencia se descontrolaron. A ambos lados de la calle principal
se multiplicaron los cadáveres.
La soledad de
Ramón era tan definitiva que decidió darle un sentido a su existencia. Quiso
abocarse a luchar por la paz. Pero su olor y su aspecto fueron obstáculos
insalvables para cualquier avance: No logró que nadie se le acercara, que le
hicieran caso, que se sentaran a dialogar.
-Hago un
llamado a la reflexión- dijo por el altavoz Ramón en medio de la calle dividida.-
Yo, Ramón Nuñez, ejerzo mi libertad-
Desde el
techo del campanario, el sicario dudó antes de disparar. Ramón sonreía bajo su
inconfundible cabeza sudada, contento de elegir el día y la hora de su sacrificio
por el pueblo.
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