Peckan Rye
Me
doy cuenta que este Overground va rumbo a West Croydon. No me he bajado ni he dado la vuelta hacia
Canada Water o Surray Quays, que es donde tendría que haber tomado la
combinación correcta, la que lleva a Clapham Junction.
“Los
hombres argentinos solo quieren una cosa” me dijo ayer Alojzia en ese pub de la
City, junto a su amiga Alegre.
Dudo
de todo. Dudo de este día de primavera en Londres, dudo de esta chica que está
revisando el mapa conmigo con el pelo negro suelto para indicarme como volver. Lleva
un vestido corto gris que le calza perfecto a unos hombros que se abren como
pétalos al calor inusual de esta tarde. Dudo de este tren que me lleva ahora a
Anerley, donde también hay posibilidad de que los discapacitados bajen y suban
sin problema. Estoy en los confines de Londres.
El
recorrido por cada palmo del cuerpo de Alojzia, el abrazo a sus piernas desnudas,
extenderme en su vientre o simplemente contemplarla para que esa idea se
instale es una utopía. Tan utópico como
la posibilidad de que este Overground me lleve de vuelta a las aguas seguras de
Canada Waters.
“Es
imposible que un hombre argentino se entienda con Alojzia” pienso. Por la
ventana asoman callejones sucios de cartones y deshechos de toda la semana
acumulados en las esquinas. Transcurren casas iguales y ordenadas en filas
parejas. Los inmigrantes anidan ahí sin saber que hay más allá de la última
cortada que rodea la estación de West Croydon, donde también hay combinación
con el ferrocarril y el autobús.
“Me
cansé de que me miraran a los ojos y me quisieran follar los hombres argentinos”
dijo Alojzia y su amiga Alegre rió como si hubiera sido la última oportunidad
de beber una cerveza rubia en Liverpool street. “La estoy haciendo reír a la
amiga, tengo la mitad de la batalla ganada” pensé.
Ahora
es imposible imaginar que una ardilla se podría acercar en el parque de Peckan Rye, desenfadada como
Alojzia. Soniar que debe haber miel en
algún sitio recóndito de los ojos celestes de Alojzia, que debe haber algo que
si se prueba sabe a uva mojada y jazmín. Todo es inalcanzable desde la vía de
este Overground extraviado.
No
me atrevo a tocar el botón de emergencias, ni a saltar con el tren en
movimiento. Podría hacer la movida temida por todas las cámaras:
tomar mi bolso negro y arrojárselo a alguien para luego huir en dirección al
último vagón..
En
este tren que ahora pasa por Norwood Junction y está llegando al final del
recorrido ( solo falta una parada para West Croydon), con mi maleta negra que
es una amenaza para la seguridad de Londres, me he quedado petrificado pensando
en el final de la historia.
Alojzia
debe haber llegado en bicicleta desde algún rincón del distrito Sur y me debe
haber esperado a la salida del Metro. Se debe haber puesto algo tan suave como su piel desnuda en el
tiempo de primavera. Le diría al oído: “Sabés lo que es esto Alojzia, lo tengo
clarísimo: esto es un domingo a la tarde”. Ella inferiría que con esa frase intento
lo que prueba cualquier hombre argentino. Nos podríamos sentar
en ese parque inventado para aliviar la angustia de la ciudad. Podríamos buscar entre los Fried Chicken Palaces, los
Burger Kings, la biblioteca y el centro social cerrados, por los callejones
infectos de Peckan Ray algún bar en el que recalar.
Mi
maleta está lista para hacer estallar Londres en mil pedazos. Intento sobreponerme al tedio de seguir
órdenes para destrozar el corazón de la sociedad capitalista
Alojzia
intentaría adelantarse, calcular cuando le tiraría los garfios para atraparla
en una red de palabras dulces e incomprensibles que ella tendría que eludir
amable pero firme. Esto sucedería bajo un cartel rojo con la palabra HOPE, en
la entrada de una casa escondida bajo un callejón. Ella pagaría la sidra y yo nadando en la obviedad, le diría
a Alojzia: “era esto lo que necesitábamos, hope”. Mucho más tarde, inventando
un idioma nuevo ,le explicaría a Alojzia por whatsapp que en realidad no la
quería follar. ‘”Todo fue un
malentendido” escribiría. “Ese domingo, si no me hubiera perdido en Crystal
Palace, que no tiene nada que ver con Peckan Rye, la idea era un encuentro”.
Las
batallas contra el overground extraviado y contra mi propio deseo de besarla están perdidas.
Tan perdidas como Waterloo, que queda en otra línea de Metro. Mi maleta está
por estallar para garantizar el olvido.
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