Expedición de rutina

Es una expedición de rutina para el capitán Reinholdt. En verano hasta cuatro viajes lo dejan en un estado de tensión que se nota en el último cigarrillo que enciende cuando arranca la lancha. El bote está lleno de franceses. Hay un matrimonio y dos muchachas que parecen gemelas, tal vez tengan 16 años. Hay un trío que parece extraño: un padre con su novia morena y su hijo que parece también liarse con la chica. La tripulación es ruidosa, son cuatro novatos que no saben nada de navegación ni de cabos. Todos están allí para ir a la caverna, a cazar el pez araña. “ Hay que  bucear hasta los 20 metros en los que puede haber una carnada para el pez”, me explica mi hijo. El mito del pez araña ha recorrido la costa, sobre todo en este enclave, de donde parten los barcos de pesca y de buceo para atraparlo. “ Dicen que pica en la aorta y mata en el acto”  sostiene mi hijo.
L´Escala es un pueblo que crece en verano de manera desproporcionada. A su impronta de “no lugar” se le suma ese aire de espacio costero sin identidad natural. El único catalán del grupo es el dueño del barco y de la escuela de buceo. Jordi Ponte, se llama. Ahora se mimetiza con los franceses en su traje negro, con la gorra y el snorkel puestos. Los tubos se apoyan en la baranda, atados con cabos que envuelven la parte superior. Todo parece que volará cuando Reinholdt atraviesa la bahía de Rosas. Las olas están enloquecidas con la tramontana y el garbí. Vienen de un lado y del otro y el capitán duda si ir hasta la punta y volver, si atravesar en línea recta hacia la cueva o si directamente abandonar esa expedición que puede llevarlos a todos al fondo del mar antes de enfrentar al oscuro pez araña. A nadie parece importarle el dilema del Reinholdt. Viajan enfundados en sus trajes negros. Seguramente los franceses han fumado marihuana antes de embarcar. El padre y su hijo están vomitando. Las mellizas se sostienen apenas en la proa, como dos sirenas a merced de unas olas que cada vez son más espeluznantes. La pequeña lancha submarinista, desprovista de salvavidas, cae en un abismo profundo entre dos olas que parecen montañas. Reinholdt  se ha metido en este corredor que impide mirar más allá. Ahora una ola impulsada por la Tramontana se mete atrás del barco y lo que todos los buzos ven cuando eleva la lancha no es nada alentador: la barcaza está a unos treinta metros del acantilado. Es posible que en pocos minutos dé contra esas rocas costeras si el capitán no logra girar. La morena juega con el hijo y su padre un juego muy sensual. Se tocan y entre los tres escuchan música desde i pad. Los tripulantes parecen enajenados y pierden el equilibrio como marionetas. El resto de los franceses están contra los tubos de oxígeno, intentando no caer al mar. El padre y su hijo vomitan hacia babor. Reinholdt ya ha acabado su cigarrillo “ Estoy harta de este tiempo” dice el alemán. Intenta acomodar la brújula enloquecida Es obvio que los dos motores no le responden.
Hay una boya frente a la cueva del pez araña. “ Una maldita milagro” dice Reinholdt, que no deja de maldecir ni siquiera cuando le sucede algo bueno. Mi hijo brilla en su traje negro, mimetizado con los demás, que se van arrojando a la caverna de a dos. . La sola idea de acabar con el azote que ha arruinado la temporada de L´Escala este año entusiasma a a cualquier buzo. “Somos los únicos cuerdos en esta expedición” reflexiona. Luego se lanza a la profundidad con los otros quince buzos.
Nos quedamos solos en la motora con Reinholdt, que se pone melancólico. “ Suerte que en esta cala no entra la tramontana me dice. “ Al menos esta gente tiene una propósito, no como los demás turistas. El buceo forma de vida, medio de vida” , dice. El alemán parece más bien exagerado. “ De dónde eres?” le pregunto como para seguirle el hilo. “ De Hamburgo” concluye.  Enciende otro cigarrillo y mira las olas del otro lado de las rocas.
Falta media hora para la oscuridad cuando mi hijo sale del mar. “ Me perdí…no ví al pez, ni sé donde están los demás” responde al breve interrogatorio del capitán.  Rheinholdt pone en marcha la motora. “Es la último oportunidad para volver con luz, si quedamos en cueva,  come el pez”, sentencia. Los franceses no regresan.
Junto al espigón del puerto lo volvemos a ver, como cada anochecer, nadando tranquilamente con su hijo en busca de la presa. Rheinholdt lo mira con sorna y le obsequia una sonrisa macabra. Me identifico con la bestia tranquila que se aproxima a la arena de Riells. Está cuidando a su hijo, igual que yo, porque son dos peces araña , uno grande y uno pequeño. Espantan a los  turistas y  se comen cuatro señoras en la plataforma azul. “¿Como hizo para venir de la caverna hasta aquí tan rápido?”  pregunta  mi hijo. Reinholdt acomoda la motora y llena los papeles del puerto. Aún tiene que enfrentar a la dueña de la academia de buceo y a los guardias civiles. Ya son tantos los que se han perdido en la caza del pez araña que la lancha salvavidas ni se molestará en ir a buscarlos.

 “Algún día se terminará esto lucha, el pez terminará con la pueblo o alguien le dará una caza”. dice Reinholdt. Mi hijo se saca el traje de buzo y me mira ansioso. Nunca sé si tomar partido por el pez o por los buzos que se sacrifican. Así que no me opongo a que se apunte a la próxima expedición. La caza del pez se anuncia mañana a la misma hora a cargo del capitán Reinlholdt. Hay un cartel en la escuela de buceo. “Seguramente habrá Tramontana y franceses enloquecidas como hoy” dice el capitán. Después de llenar los papeles el alemán desaparece rumbo al pueblo. Seguramente va a  emborracharse, a fumarse dos docenas  de puros y toda la marihuana que pueda.

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