Tener hijos en el siglo XXI


El día que nace el primer hijo el sentido de la vida se recupera. Hay alguien mas importante que ese tipo que toma cerveza frente al televisor, que a los dieciséis años le pellizco el culo a alguien en un baile de cooperativa, que mira los partidos los sábados pensando que en su pueblo es el mejor en algo.

¿Cual es su habilidad y su importancia en medio de la mierda del niño? No hay espacio para el sueño ni para la charlatanería. La urgencia es la alimentación y de los dolores en el estomago del pequeño, inmaduros intestinos que duelen al usarse por primera vez, tienen prioridad. ¿Que hay mas importante cuando los magníficos ojos del extraño ser se abren y se fijan en algo por primera vez?

Este pequeño heroísmo de haber dado vida queda como parte de la historia cada familia, de cada biografía que puebla esta tierra. Cada uno de los siete mil millones de habitantes del planeta podría escribir un libro con su hazaña. Con su heroísmo salvaje y descarnado, con su lucha por una supervivencia azarosa en una jungla. Tal vez internet pueda albergar algún día semejante núcleo de historias reales, comunes, increíbles. Hará falta mucho ancho de banda.

¿Como llenamos las mentes de los hijos con nuestras ideas, con las ideas del mundo que circulan por ahí? Tratamos de inventar historias, mitos, cuentos infinitos que nos otorga la sabiduría ancestral. Les obsequiamos nuestro saber, precario o extenso. Los hacemos parte de nuestros objetos, les hacemos lugar en nuestro hogar. Los hacemos sentir que son parte de algo mas importante: una Nacion, un cuadro de futbol, una religión, un sentido de la historia, del destino comun o de la vida compartida. Las parejas nos obligamos a permanecer juntas hasta la muerte para poder sobrellever la cotidianeidad de su crecimiento. Y últimamente los sentamos delante de pantallas de cualquier tamaño para que aprendan juntos con una infinita opcion de juegos, películas, mensajes, estimulos, Por ahi ni nos enteramos de lo que estan incorporando.

Ellos, mas que nadie, mas que nada, nos enseñan que todo cambia cada día, todo crece, muta, se fortifica, se derrumba, se vuelve a inventar. Y en ese cambio permanente sabemos que nada es eterno, ni nosotros, ni ellos, ni la vida, ni la muerte que nos acecha.

Pero hemos inventado otro mundo que recuperamos rápido después de ese primer shock. Cuando los niños crecen, prima un mundo de objetos, de consumo , de riquezas extraídas de la tierra, de animales sacrificados. De purificación de agua y de extracción de gas y de petróleo para movernos, calentarnos, iluminarnos. De productos químicos milagrosos que nos curan o nos limpian o aceleran procesos o fulminan plagas. Un mundo a nuestra medida, a medida de nuestros egos. Hemos agredido la tierra, domesticado sus frutos y sus animales para que convivan con nosotros y nos sirvan en nuestros fines.

Cuando termina el primer embelezo los niños pasan de nuevo a ser parte de nuestro infinito ego. Ejercemos nuestra increíble capacidad para olvidar, para dejar de pensar en el infinito, para conformarnos con lo que tenemos en la mente y en el cuerpo, para secuenciar minuto a minuto nuestras rutinas.

Lo olvidamos todo. Olvidamos la pequeñez, la incomprensión o la comprensión de la vanidad y de la finitud. Vemos que lo que fue insignificante ahora es grande, poderoso, autónomo. Nos damos cuenta que nuestros hijos partirán un día del hogar, ya no son ni iguales ni mas importantes que nosotros, solo son lo que son, algo mas con lo que lidiar en la jungla.

Volvemos a ser primitivos en un sentido y evolucionados en otro. Volvemos a acordarnos de que no hay nada más importante que nosotros. Y cuando volvemos a eso, estamos de nuevo en un mundo de egocéntricos absolutos.

Egos que buscan vivienda, alimentos, refugio y también reconocimiento, valoración, afecto, sexo y drogas en medio de otros egos que buscan lo mismo. Egos que no son entes aislados, son entes sociales e históricos. Egos que sienten que están aquí por una razón, aunque no saben bien cual. Individuos que se afirman en constelaciones culturales y lingüísticas, de religión, identidad y nacionalidad para agruparse, diferenciarse. Grupos que se persiguen y se reencuentran durante milenios. Entidades complejas, solo fracciones de tiempo en el mar de la historia que los condiciona.

Esas constelaciones identitarias e históricas, en el siglo XX pasaron a ser parte de la sociedad de masas. Gente de cualquier sitio, religión y creencia, de cualquier idioma y cultura aspira a lo mismo: al bienestar material. Las masa se refugian en el consumo infinito de productos cada vez de mas calidad y de menos precio, dando alimento a un sistema económico basado en la explotación de los débiles, en el abandono de los ancianos a su suerte, en la marginación de los enfermos, en la perpetración de la marginalidad y la pobreza. Todo se sacrifica en pos del alimento de la maquinaria de producción y reproducción de la propiedad. Los hombres en las sociedades de masas sucumben a la magia de la infinita insatisfacción del deseo. Este consumo, esta insatisfacción eterna puede mover economías enteras, o una sola economía global. Hasta ahora pudo generar ocupación y empleo, enriquecer a los mas astutos, hacer ascender socialmente a los mas intrépidos, sumergir a los débiles en el submundo de los que trabajan para satisfacer lo abstracto, a los demás, al mundo en general, pero no a si mismos.

En ese sacrificio de lo esencial, en esa espiral egocéntrica, en ese mundo nuevo, artificial, paralelo al real de los mas puro y orgánico, de la mierda del niño y del fruto de la tierra, sucumbimos. Sucumben nuestros niños, sucumbe el sentido. Sucumbimos en la falta de sentido.

Si el sentido puede recuperarse o no es una pregunta abierta. Ni los niños ni los que no lo son lo pueden responder. Nace, aunque sea, la capacidad para formular la pregunta . La necesidad vivir con ella, convivir con su zozobra y su irresolución.

Tener niños en el siglo XXI, como en cualquier otro siglo, es una pregunta tan grande como el Universo. El que ha tenido un hijo sabe que existe la mierda y esos ojos que se abren, esos primeros pasos y ese cambio vertiginoso cada minuto. Nace una pregunta que nos obliga a olvidarnos de tantos mundos paralelos para satisfacer egos. Una pregunta en la que esta el reflejo de un Cosmos que no entendemos, pero en el que podemos sentir que vale la pena vivir y crear mas vida.

Comentarios

Pedro Halac ha dicho que…
Es como si buscaras un nexo, o un hilo invisible para pequeñas historias de vida de padres e hijos en el siglo XXI. Aparte de la mierda, están los otros sabores, olores, texturas, emociones, pensamientos, palabras y gestos que dan vida concreta a cada una de las biografías de los 7 mil millones ncluyendo niños, padres, abuelos y otras personas singulares que van encontrando el sentido de la vida. También están las de quienes no lo encuentran.
Nora Pojomovsky ha dicho que…
Ariel,este texto es estupendo. Espejo donde podemos mirarnos muchos. Al menos a mi me refleja.
Gracias.

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