Pasto Virtual













Se conocieron en un sitio de citas. Un espacio virtual en los que se coloca la descripción de los intereses, el nivel de ingresos, el color de ojos y la música favorita. Encontraron una compatibilidad del 85 %. Cuando se vieron por primera vez, los detalles les parecieron intrascendentes. Hubo coincidencias en todos los aspectos, menos en uno. Al principio eso no tuvo importancia. El navegador indicó a ambos donde llegar, que formulario rellenar, de que manera responder a los primeros requerimientos. Como producir el primer impacto, como seducir e inducir al diálogo. Como despertar la curiosidad, de que manera balancear el deseo, como refugiarse en el silencio. El navegador contenía, además de la descripción directa de cómo seguir el procedimiento normal, un apartado dedicado a fórmulas innovadoras. Además, cuando no encajaban las respuestas y se generaba una reacción adversa, siempre se podía recurrir a ayuda, simbolizada con un simple ?. En la elaboración del programa habían participado psicólogos de todas las corrientes, expertos en relaciones, terapeutas de pareja, informáticos y diseñadores imbuidos de la filosofía existencial y de las metas íntimas que perseguía la gente al ingresar al sitio. Cuando se producían fabulaciones y fantasías excesivas el sistema poseía un mecanismo de auto corrección que inducía a los mentirosos a develar sus excesos o sus defectos. Nadie podía impunemente decir que se dedicaba a la venta de coches nuevos o que era propietario de una fábrica sin que se verificaran a través de la Agencia Tributaria sus últimas declaraciones juradas. Nadie podía comentar que no estaba casado sin pasar por el chequeo de actas matrimoniales. Nadie podía decir que había escrito que se había reproducido un millón de veces sin pasar por el registro ISBN. El mundo se hizo pequeño con la unión de todos los sistemas informáticos y ya nadie escapaba a los radares, análisis financieros y crediticios. El perfil de los enamorados era rigurosamente escrutado, para evitar fraudes, perversiones y anormalidades. Tampoco se dejaba ingresar al sitio a quien se apartara de una cierta normalidad, a quien tuviera algún antecedente penal, a quien cometiera muchas infracciones de tráfico, a quien consumiera drogas duras o a quien en los cuestionarios no supiera o no pudiera atenerse a las normas elementales que rigen la convivencia en función de los criterios del equipo. El grupo multidisciplinario de profesionales había pensado en todo: anomalías psicopáticas, perversiones sexuales que iban desde el simple preferir a alguien del mismo sexo a hacerlo regularmente con animales. Fraudes legales y financieros. Problemas de adaptación y de expulsión de instituciones de renombre. Y sobre todo los informes de vida laboral y de pago de hipotecas eran escrupulosamente cruzados con las demás variables sociológicas y socio económicas como para generar los perfiles de match adecuados. Era un sitio seguro, hasta con un certificado de calidad, a prueba de hackers, sabotajes e irrupciones salvajes.

Por eso cuando se conocieron no hubo problema. Supieron que eran dos profesionales de clase media, con estudios superiores, solteros, sin hijos, con ingresos de más de 80.000, interesados en la música electrónica, sin aficiones particulares, amantes del minimalismo en decoración, asistentes a conciertos pop y techno. Su aspecto coincidía con la descripción, una amplia gama de fotografías poblaba la sección mírame. Ambos estaban contentos con la elección. Al cabo de un tiempo se dio la ocasión del encuentro. En el bar con luz fluorescente y paredes blancas solo bebieron agua italiana con propiedades mineralizantes y un pastel de manzana cada uno, algo que les gustaba a los dos. Hablaron acerca del techno mix. Hablaron de lo importante que sería tener más de 80.000, de cuanto eran de temer las enfermedades infecto contagiosas que portaban los africanos que cruzaban en cayuco. En esos temas también coincidían. Al cabo de una hora se miraron fijo por primera vez . Según los estudios de los psico- sociólogos se tendría que haber producido la química. Tendrían que haber ido mucho más allá de la primera línea que aparece en el color de los ojos. Tendrían que haber mutilado la distancia virtual. Se tendrían que haber acercado tanto que lo inevitable se les hubiera hecho imprescindible. Tendrían que haber evolucionado de la edad del fuego a la edad del hierro. Tendrían que haber avanzado como dos ejércitos urbanos con estandartes, generando choques en cada esquina. Se tendría que haber desatado la guerra civil, la lucha por el poder, la toma de rehenes. Hubiera sido el fín de una etapa plagada de insomnio. El comienzo de un mundo sin sueños. Tendría que haber surgido el placer de la nada, se tendría que haber reinventado el mundo. Pero ambos habitantes del pasto virtual se quedaron mirándose, incómodos, hasta que les tocó el cierre del bar de la rambla. La luz de neón se apagaba antes de la medianoche y se retiraron sin compartir ni una baldosa del recorrido que habían hecho para llegar. A la madrugada siguiente volvieron a sentarse frente a sus ordenadores. Ni siquiera pensaron en visitar el sitio de citas para probar de nuevo.

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